Según los sofismas del gurú, cualquier persona que reciba dinero de un banco no sólo tendrá que devolver todo el préstamo y sus intereses, sino que además perderá todo su patrimonio; es tan evidente la falacia que no merece la pena rebatirla.

★★☆☆☆ Mediocre

Concursante

El orensano Rodrigo Cortés es, fundamentalmente, un autor de “videoclips”, y eso se nota en este su primer largometraje. Lo cierto es que el comienzo es brillante, desde unos títulos de crédito muy trabajados y vistosos (tan poco frecuente en el cine español, por desgracia) hasta un arranque insólito, con la narración en primera persona del protagonista, a la sazón muerto una hora antes del momento en el que arranca la acción. No es que el recurso del narrador fiambre sea especialmente novedoso (recuérdese, por ejemplo, a William Holden en “El crepúsculo de los dioses”, la inolvidable “Sunset Boulevard”), pero sí es verdad que resulta llamativo e intrigante, máxime si, como en este caso, se trufa de experimentales jueguecitos visuales a la manera de Michel Gondry en “Olvídate de mi” (ver crítica en Criticalia) o de Woody Allen en “Desmontando a Harry”. La trama tiene su interés: un profesor de Historia de la Economía, que atiende por el improbable nombre de Martín Circo Martín, gana el mayor premio de la televisión, tres millones de euros (aunque en la película siempre hablan de quinientos millones de pesetas: son más antiguos que los balcones de palo…), aunque en especie, no en metálico: una mansión del siglo XVIII, dos o tres coches a cual más guay, una avioneta, motos, viajes… en fin, una pasada. El problema empieza con una novia afectada por el síndrome de la nueva-rica-compradora-compulsiva; prosigue cuando el protagonista se entera de que tiene que pagar casi el cincuenta por ciento del premio a Hacienda, y no tiene dinero para hacerlo; continúa cuando el banco le presta seiscientos mil euros (otra vez lo dicen en pesetas: cien millones de las antiguas rubias), pero pignorándole todo lo ganado en el concurso; e ítem más con el asesor financiero que se aconseja, dedicado en cuerpo y alma a desplumar a semejante pánfilo.

En ese contexto de desastre absoluto, el pardillo (inverosimilitud del guión: ¿cómo un profesor de Historia de la Economía es tan lerdo en cuestiones económicas? Buena pregunta, diría el director y guionista Rodrigo Cortés: ahora háganme otra…) recurre a un gurú antieconomicista y un punto antiglobalización en sus ratos libres, que predica la buena nueva de la perfidia absoluta de los bancos, a lo que el director dedica prácticamente el resto del metraje; hombre, no seré yo quien diga que la banca, en España y en todas partes, no gana muchísimo dinero, pero la demagogia con la que se trata aquí el asunto huele que apesta. Según los sofismas del gurú, cualquier persona que reciba dinero de un banco no sólo tendrá que devolver todo el préstamo y sus intereses, sino que además perderá todo su patrimonio; es tan evidente la falacia que no merece la pena rebatirla. Algún banco ha debido hacer un estropicio grande a este hombre para que le tenga unas ganas tan enormes a ese negocio, pero ello no debería hacerle perder el norte, el de una historia que despertaba el interés por la senda inicialmente hollada, la de un hombre normal arrollado por la fortuna que en un momento parece sonreírle, aunque realmente le esté dando una puñalada trapera.

Así las cosas, pronto se pierde el comienzo brillante para centrarse exclusivamente en acumular enojosos argumentos en la diatriba antibanca, y en ese esfuerzo se le va a Cortés toda la fuerza, y a la película la mayor parte de su interés. Al final recupera el hilo conductor en la escena en la que el protagonista resulta muerto (por cierto, por ser más avaricioso que Harpagón…), pero ya no puede recuperar el tiempo perdido. Quedan cosas y detalles: el gurú que compone Chete Lera, que aunque sea más falso que una moneda de tres euros, es un personaje peculiar, morador de una casa tabicada de grandes mazos de periódicos y con una madre catatónica que se alimenta de la energía que emite el televisor; o la catedrática Santillana, la superior del protagonista, que parece el resultado del cruce entre la Bruja de Blancanieves, la Madrastra de Cenicienta, la señorita Rotermeyer de “Heidi” y la presentadora del programa “El rival más débil”. Un conjunto irregular que confirma que, si su director se olvida de sus fobias y se dedica a hacer cine en serio, puede llegar a convertirse en un cineasta de primera clase.
publicado por Enrique Colmena el 26 marzo, 2007

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