Snyder apuesta por hacerle la cama al patriotismo sedentario norteamericano, dejando traslucir en varios momentos de la película que los espartanos luchan del lado de la lógica, la libertad y la justicia, frente a la barbarie persa, entregada al hedo

★★☆☆☆ Mediocre

300

Un despliegue publicitario eficaz y el ardor guerrero de los aficionados al comic han bastado para que las salas de cine se llenen para presenciar lo que prometía ser todo un espectáculo, con una estética novedosa y un estilo rompedor y reaccionario que nos haría disfrutar de lo lindo. Ambas promesas, su propuesta estética y su incorrección política, son de seguro –además de sus mejores bazas para jugar en la taquilla- su mayor debilidad, y a mi juicio, la causa más rotunda de su mediocridad. No por ello desmerecen ciertos aspectos que sobresalen para consuelo del espectador.

Respecto a la propuesta estética, 300 es un producto dependiente de productos precedentes como Sin City (en lo referente a la adaptación desde el comic y el intento de simularlo audiovisualmente) y también Gladiator o Troya, de las que toma no sólo elementos narrativos, claves musicales y retoques visuales, sino también el hecho de haber sido rodada en un gran tanto por ciento utilizando la famosilla pantalla azul. Esta dependencia de los decorados virtuales es un recurso del todo necesario si se desea “parecerse” al comic que pretende emular (respeto o fidelidad, le llaman), y en ningún caso debería, si se hace con labor artesana y sensibilidad artística, desmerecer o defraudar a los aficionados del formato celulosa. No es ese el pecado de 300. Su desmerecimiento viene a manifestarse en la manera de montar esos fotogramas e intentar dotarlos de emoción y épica. Es aquí donde Snyder sucumbe al recurso facilón del videoclip musical o el spot publicitario, subrayando un estecitismo vacío del que uno acaba muy pronto harto, pese a la belleza de algunos fotogramas. Se ha preferido contentar al público adolescente (el que va más al cine) que dotar de profundidad al conjunto sin tener porqué perder fuerza visual. La ralentización de algunas imágenes es peregrina, así como el romanticismo rancio con el que se nos pretende hacer descansar de tanta lanzada hoplita.

Igualmente, la presencia todopoderosa del narrador –recurso nunca utilizado por Miller en su comic- multiplica la información sin necesidad, disgregando la mirada del espectador y cargando en demasía las escenas de una narratividad que ellas mismas aportan por sí solas. Este mismo recurso sin embargo, en Sin City era idóneo, ya que el guión se sustentaba menos en la acción constante de los personajes, sino en decorados humanos que iban oscilando a lo largo de todo el metraje. Por otro lado, Sin City bebe no sólo de su referente de papel, sino también de la novela negra, en la que el narrador deviene como una figura más dentro de la historia, guiando al lector hacia la tragedia final.

El guión de 300 requería ser desdoblado en dos ejes narrativos diferentes, si es que no queríamos que el espectador acabara indigesto por tanta batalla. Así, a Snyder y Johnstad se les ocurrió recrear la historia paralela de las intrigas palaciegas entre la fiel esposa y el político oportunista. La alternancia entre ambas historias permitiría así rellenar casi dos horas de metraje, dotar de una aparente adultez al guión y a su vez, como ya hemos sugerido, tener entretenido al aforo hasta el previsible final, sin decaer su interés.

Es una pena que se haga uso de esta tecnología virtual sin un propósito artístico en el que apoyarse. Ojalá próximos realizadores nos regalen productos en los que el concepto de belleza sea menos virtual y oportunista. Al comic le perdonamos su estética cerrada y personal, pero su paso a lenguaje audiovisual deambula por una fina línea que deja entrever la vacuidad de sus fotogramas. 300 no emociona, más bien deja perplejo por su estruendo sin metralla. Es como un buñuelo de viento, grande e inflado, pero sin más contenido que el que imagina nuestro deseo.

El recurso a los dos ejes narrativos puede ser comprensible, pero supone por una parte desviarse del comic, y por otra decantarse por reforzar el carácter político e ideológico de una propuesta que tan sólo tiene cabida (para quien tenga un cierto sentido ético y quiera no por ello dejar de divertirse viendo salvajadas) si nos tomamos esta película como lo que es –o debería haber sido-, un espectáculo audiovisual sin más. Tarantino es un ejemplo de realizador que entiende bien cuál debe ser la regla esencial de este género: no tomarse a sí mismo muy en serio. Snyder, sin embargo, apuesta por hacerle la cama al patriotismo sedentario norteamericano, dejando traslucir en varios momentos de la película que los espartanos luchan del lado de la lógica, la libertad y la justicia, frente a la barbarie persa, entregada al hedonismo, el intercambio racial y la superstición religiosa. Bien podría haber firmado con su sangre el señor Bush este guión.

Si me apuras, podría colar el mensaje de la importancia de la voluntad y el esfuerzo frente a la cobardía y la tradición. O simplemente la descripción sin muletas intelectuales de la descarnada realidad de una guerra a base de cuadros pictóricos retocados con photoshop. Pero no, 300 parece más un spot para reclutar marines (el paso de las Termópilas hace las veces de Irak), o un videoclip progre que vende lo raro como guay, que una película para pasar un buen rato. Su belleza (enlatada) reside en el poder de los fotogramas, que aislados resultan, como en el comic, hermosos y sugerentes. Pero cuando el movimiento los vivifica se tornan en zombis (que es la especialidad de Snyder). Nada por ahora parece resistirse a la fuerza que encuentra uno cuando pasa la vista por el comic de Miller. Si no lo habéis disfrutado, haceros de la estupenda edición apaisada que edita Norma.

Por ahora me conformo con ver en DVD (por mi barrio sólo llegan estrenos para espectadores con acné) la en apariencia prometedora (también) A scanner darkly (o Una mirada a la oscuridad, como la maltitulan en vez de Un explorador oscuro), basada en un relato del cineable Philip K. Dirk. Y si no, siempre nos quedará la menos estridente pero sólida El León de Esparta, de la que indignamente dice alimentarse (parasitar es más exacto) 300.
publicado por Ramón Besonías el 25 marzo, 2007

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