Relata las inquietudes del hombre contemporáneo, con abundantes metáforas y momentos inolvidables

★★★★☆ Muy Buena

Flores rotas

La vida de Don, un Don Juan pasado en años, se ha convertido en una especie de estancamiento, en una espera netamente anodina. Un hombre que ha visto (y está viendo) cómo su vida y sus oportunidades se escapan, mientras él permanece estático y parsimonioso en su sofá. Su vida se va… pero él simplemente es capaz de verla pasar, sin ni siquiera analizar las situaciones, valorarlas o pensar un mínimo en ellas.

Don está solo. Don se siente solo. Siente que su vida ya no es nada que pueda parecérsele. Pero tampoco se sienta (valga el doble sentido) para pensar en ello, para buscar el por qué de su condición.
Es un hombre totalmente vacío y perdido, en el que no se puede llegar a ver ningún atisbo de vitalidad o sentimiento. Pero a él eso parece no importarle. Realmente, en estos momentos, no conoce el significado de importancia.Es parte de su sofá. Lo más parecido a un objeto estático que simplemente se deja llevar por las inclemencias, por el azar o por las telarañas que la rueda de su vida le pueda deparar.

Bill Murray, nuestro particular e insulso Don Juan pasado de rosca, de moda y de todo lo que se le ocurra al más ávido espectador, se ve inmerso en uno de esos papeles que únicamente él podría hacer culminando con un resultado convincente. El personaje de Don le va como anillo al dedo, de eso no creo que dude nadie. Y tras otras joyas de orfebrería similar como “Lost in Translation” (especialmente la película de Sofia, con la que “Flores Rotas” guarda ciertos paralelismos) o “Life Aquatic”, ha visto cómo el celuloide ha logrado descubrir el perfecto hueco del actor entre tantas vertientes inexploradas.

Para muchos ya está incluso encasillado, pero es totalmente cierto que no existe ningún actor (al menos en activo) capaz de hacer su trabajo sin hacer absolutamente nada. El bueno de Bill es único en hacer gala de su inexpresividad, pero dotándola al mismo tiempo de una expresividad impresionante, por mucho que se contradigan ambos casos. Es decir, nuestro “cazafantasmas” particular, de un tiempo para aquí (tal y como muchos pensarán), lo único que hace para ganarse el sueldo es pasearse por delante de la cámara llevando su facies inexpresiva y su postura estática (casi hasta la rigidez cadavérica) a cualquier rincón, situación o momento, lo requiera o no el sentimiento plasmado en el guión. Sin exclamaciones de ningún tipo. Y lo curioso es que logra mucho más que otros actores “académicos” que utilizan la tan manida técnica de los libros y/o cursillos.

Y me parece que ahí radica uno de los puntos débiles de sus detractores. Ven que él, sin hacer nada destacable, logra resultados inexplicables. Y eso, ciertamente, puede resultar frustrante.

Con una sola mueca (que, dicho sea de paso, tampoco es abanderada de ninguna expresión), una simple apertura de la boca más allá de lo habitual en su persona o un simple giro de la cabeza, llega a comunicar de una forma brutal. A lo mejor comunica siempre un sentimiento análogo (de vacío, hastío vital, ironía, apatía o pasotismo), pero es algo realmente complejo.

Me viene a la cabeza una de las miradas de Zissou en “Life Aquiatic”, cargada de una inocencia y profundidad antológicas, que dudo mucho que ningún actor (con todos los gestos o palabras del mundo) pudiera igualar, por mucho que se esforzase. A Bill Murray le sale sin apenas planteárselo. Es su forma de actuar.

A lo mejor, para algunos, eso podría restarle méritos. Pero su talento está ahí. En convertir lo ordinario y banal en extraordinario y profundo. Y, aunque sea consciente de muchas cosas que he argumentado, a mí, personalmente, me encanta. Sí. Adoro a Bill Murray. Adoro su inexpresividad. Es tan… expresiva.

Así, en “Flores Rotas” vemos a un Bill/Don que ha dejado de ser humano hace ya tiempo. Su dejadez vital ya ha alcanzado un punto de no retorno, un momento en el que, por mucho que haga, nada podrá lograr. Y el problema radica en que él no quiere hacer nada que turbe su banal y aburrida vida. Le da miedo el simple hecho de pensarlo. ¿Para qué buscar sentido a las cosas? Es mejor que el tiempo pase, que el presente actúe, el pasado se quede atrás y el futuro… simplemente venga.
Jarmusch, así, trenza una historia aparentemente sencilla, que se puede visionar con suma facilidad, pero que está cargada de mucho sentido, de muchas de aquéllas cuestiones que en ocasiones nos planteamos, pero a veces ni nos atrevemos a analizarlas. El qué pasará es temible.

Entre tanta sencillez y aparente banalidad, Don puede atisbar un pequeño hueco en el que mirar y replantear su propia existencia. Y, aunque sus ganas por vivir y sentir algo en ocasiones le lleven a locuras o imaginaciones absurdas, podrá redescubrirse a sí mismo. A lo mejor se da cuenta de que su vida ha sido ridícula, que es un gilipollas indomable o que ha estado perdiendo el tiempo, pero al menos no dejará que las cosas vengan tal cual.

La “kafkiana” búsqueda de su supuesto hijo no es más que una excusa para buscarse a sí mismo, dar sentido a una vida que está perdida y sin rumbo. La imaginación, el poder de la inventiva, las ganas de dar sentido a las cosas y la búsqueda son cosas que dan fuerza al espíritu ante tanta zafiedad y dejadez de un pasado. Por ello, no importará si el chaval es realmente su hijo, lo que importará es el viaje que realiza. Aunque termine asemejándose a un anormal, un idiota que vuelve a observar (impasible) cómo su vida es un absurdo. Pero, nuevamente, le dará todo igual. O a lo mejor no.

El director de películas como “Coffee and Cigarettes”, realiza, de esa forma, la que es su mejor obra. La adereza con sus lógicos toques de personalidad, con esos elementos que diferencian a un director con talento y repleto de ideas propias. Por ello, nuevamente vemos esa mezcla entre humor absurdo/surrealista e irónico y sobriedad de un calibre cercano a la extenuación. Es, en apariencia, una película muy seria, pero al mismo tiempo cargada de situaciones que darán lugar a la carcajada, a pesar de tratarla también desde un punto de vista sereno, parsimonioso y ácido.

También podemos ver otros elementos ya clásicos del cine del director de “Permanent Vacation”. Sus planos certeros, sus pausas continuadas, su escasez de diálogos (muchas veces, innecesarios), la imagen aparentemente vacía o banal, y que en realidad está cargada de nostalgia. Como ejemplo, tenemos esas reiteradas escenas de los viajes en coche de Don, en las que se nos muestran los elementos que pasan o los parajes a través de los espejos retrovisores, como echando la mirada atrás, buscando un placer perdido en la nostalgia. Eso mismo, por citar algo, nos da a entender lo triste del pasado de un hombre que fue el Don Juan por excelencia y hoy en día es un Don Nadie.

Esos elementos la acercan casi a una “road-movie”, con engranajes que la podrían articular como obra de culto y, sin duda, como el mejor film de Jim Jarmusch. Sus obras anteriores se debaten entre la genialidad y la irregularidad, pero ninguna alcanza el nivel de perfección formal de “Flores Rotas”. Todo un lujo y un ejemplo de cómo hacer un cine diferente y sincero.

Todo ello aderezado con un toque genial en la fotografía, a cargo de un clásico de David Lynch: Frederick Elmes. Y sin olvidarnos de la excelente elección musical, digna de un acierto casi magistral.

En cuanto a las interpretaciones, se podría decir que el resto del reparto está realmente bien, pero queda absolutamente eclipsado por la presencia de Bill Murray.

En definitiva, estamos ante una obra de ritmo muy relajado, con un fluir sereno, sin baches, que logra que te metas totalmente en la historia y la veas como algo natural, sincero y muy creíble.
Se trata de algo real y cercano, a pesar de la aparente extravagancia de sus personajes.
Trata un tema tan común en nuestros tiempos como la pérdida del sentido vital de un hombre que piensa que ya no tiene nada que ofrecer, tras serlo todo en tiempos anteriores.

Relata las inquietudes del hombre contemporáneo, con abundantes metáforas y momentos inolvidables: el redescubrimiento de la nueva vida (tampoco muy estable o feliz, por decirlo de alguna manera) de su pasadas relaciones, rozando en ocasiones la extravagancia en sus viajes, o, por ejemplo, el guiño terriblemente mordaz con la aparición de la particular “lolita” de Jarmusch. Para todo tipo de paladares.
Lo mejor: Si te gustó “Lost in Translation” de Sofia Coppola, seguramente disfrutarás también con “Broken Flowers”.
Lo peor: Si no soportas a Murray... aquí tienes dos tazas.
publicado por Iñigo el 28 febrero, 2006

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