¿Quién da valor y sentido a la democracia?

★★★★☆ Muy Buena

Manderlay

Vuelve el tirano. Vuelve el ególatra. Pero también vuelve su genialidad, su gran acierto y su capacidad reflexiva. Vuelve Lars Von Trier. Y vuelve a atacarnos con sus salvajes mensajes morales.

Tras la primera y controvertida entrega de su trilogía sobre Estados Unidos (“USA, Tierra de Oportunidades”), “Dogville”, el carismático director danés vuelve a la gran pantalla con “Manderlay”.
La película fue presentada en el pasado Festival de Cannes, y a partir de ahí ha comenzado su periplo de presentación a lo largo de Europa, logrando muy buena acogida en determinados lugares… y un cierto temor y rechazo en otros (¿adivináis cuáles?).

Lars Von Trier, en su afán por sembrar la polémica allá donde sea necesario y sin atender a ningún tipo de clemencia, continúa su particular “moraleja” en el punto en el que terminó la primera “Dogville”. Pero desde entonces muchas cosas han cambiado. Nicole Kidman ya no es Grace, ahora ocupa dicho puesto Bryce Dallas Howard. Y tampoco James Caan es su padre, ahora lo es el polifacético Willem Dafoe. Es harto complicado que algún actor soporte dos películas seguidas con Von Trier, de lo contrario que se lo pregunten a Björk.

Pero la historia sigue su curso. Grace (con la compañía de su padre y sus “gángsters”), tras mostrar su verdadera cara en Dogville, prosigue su iniciático y supuestamente inocente andar hasta toparse con Manderlay, un lugar en el que, a pesar de los pesares, la esclavitud aún impera presidida por la estricta Ley de Mam. Y, cómo no, nuestra protagonista se establece allí con el desinteresado deseo de arreglarlo todo y de que las injusticias y opresiones dejen de hacer gala. Pero, a lo largo del tiempo, se verá que los resultados son totalmente opuestos a los que ella esperaba.

Poco más de dos horas harán que nuestra querida Grace, su ego, su conciencia y su deseo intrínseco de autoridad, se den cuenta de que no es suficiente con querer suplantar toda una cultura y querer imponer la de uno mismo para cuestionar el buen estado de una población. Así, en esta ocasión, Grace se presenta mucho más como una especie de líder, pero, al contrario que en “Dogville”, es ella misma quien trata de forzar su poder, no trata de ganárselo como lo hizo en el primer capítulo. Da la sensación de que el pueblo no ve en Grace a aquélla inocente que apareció, tratando de escaparse, en Dogville. Ahora cree mucho más en sí misma y sus convicciones (sean reales, fingidas o simplemente autocomplacientes), logrando que el desarrollo de la historia, en ese sentido, sea totalmente inverso al de su antecesora.

Por ello, se puede ver cómo desde casi un primer instante (a partir del momento en que se siente cómoda e integrada en la población), nuestra protagonista trata de “abrir los ojos” a una gente que estaba totalmente sometida y no se veía capaz de evolucionar en su estado de falta de libertad y desprovistos de todo tipo de amparo o licencia. Grace y su condición ética y humana se ven en el deber de ayudar a esa pobre masa inculta, de educarles, redescubrirles y hacerles probar el verdadero sentido de la democracia. Seguro que ellos están preparados. Y si no es así, mano dura.

Lo cierto es que en “Manderlay” a Trier se le ve mucho más el plumero que en “Dogville”. Mientras ésta última era totalmente universal, ciertamente ambigua y nos sometía a una reflexión personal moralmente brutal (sobre todo por su muy polémico final desde el punto de vista ético), “Manderlay” está encerrada en un círculo netamente menor. Se ve reducida a un entorno que huele a podrido hasta decir basta (refiriéndome con esto a EEUU, por supuesto) y en el que toda crítica tiene cabida. Y es que el director acusa una cierta falta de tino al abordar el tema con una mayor objetividad y dejándonos a nosotros todo ese trabajo. Da la sensación de que quiere posicionar de su lado demasiado descaradamente al espectador (aunque en el fondo sabemos que su carácter ególatra está deseándolo cada instante), cosa que no sucedía en “Dogville”. Parece que su postura crítica le ha perdido un pelín, y lo que gana siendo directo lo pierde en sutilidad.

A pesar de esos pequeños errores (muchos de ellos debidos a la personalidad del propio director), la encarnizada, audaz e irónica crítica esconde un mensaje que todos nosotros deberíamos comprender y tratar de aprender.La postura ideológica de Trier posee una lucidez que hoy en día apenas se ve en el cine. Tendríamos que mirar hacia la Europa de unos años atrás para establecer comparaciones al respecto.

El controvertido autor (junto a otros nombres) del movimiento “Dogma 95” (que ya de por sí era polémico) ataca sin contemplaciones a un país que define como falso, hipócrita y desconsiderado. Lo que en “Dogville” era más global, aquí es un ataque central (y frontal) contra la falacia de U.S.A. Contra esos líderes que crean una democracia personalizada e interesada, robando su verdadero significado y reduciéndolo al de una especie de dictadura silenciosa. Contra ese sistema de votos cuyo valor se ve en entredicho en cuanto se atisba la diferencia entre la verdad y el número de votaciones, simple resultado de una condición humana egoísta, manipuladora y destructiva que, ante una complicación o diferencia ideológica, establece la más cruenta condena o la más rápida y sencilla pena de muerte.

De esa forma, Grace representa el verdadero ejemplo del héroe americano que acude, a pesar de que nadie le de vela en ese entierro, a salvar a la gente sumida en la totalidad de la pobreza y gobernada por tiranos que despojan su condición humana con actos atroces y vejatorios. Tratan de imponer sus normas sociales y políticas de convivencia sin atender a su cultura anterior ni a los comportamientos o tradiciones, ni preocuparse por el pueblo ni preguntar si realmente querían cambiar su estilo de vida o era el que deseaban y se veían incapaces de afrontar un cambio tan brusco.
Así, el poblado, impotente frente a algo que no lograba comprender y viendo cómo el cambio se le escapaba de las manos y le resultaba imposible asimilar en tan poco tiempo, termina aseverando que todo pasado fue mejor y que más vale malo conocido que bueno por conocer.

Por una vez en las últimas obras de Trier, la personaje protagonista no sufre lo indecible para llegar a su ansiada meta, al menos en el aspecto físico, ya que en el mental sí que se vislumbra un sufrimiento más contenido, detonante de la decepción interesada para con su persona.

Al respecto, cabe decir que la sombra de Nicole Kidman es relativamente alargada. Su garra y potencial en “Dogville” era mucho mayor que el de la frágil Howard (pese a que los papeles requieran o no una actuación u otra), que dentro de una contención oportuna las mata callando. Desde luego, no se puede negar que la hija del inefable Ron Howard (al igual que el resto del reparto) raya a gran nivel.

El esquema del film es exactamente igual al de su antecesora en el aspecto formal y estructural. Una fábula, con narrador incluido, que se nos cuenta de una forma amena y dividida en capítulos. En una “moraleja” envuelta de sarcasmo e ironía, Lars Von Trier traza la historia de Grace, su llegada, el establecimiento, la convivencia y su posterior marcha de Manderlay como si una obra de teatro se tratase, con el ya conocido y polémico escenario básico dibujado (aunque no obtenga el protagonismo de la primera entrega), sus juegos luminosos y su música de Vivaldi (saltándose a la torera, como es habitual en él y según le convenga, sus propias reglas establecidas para el movimiento “Dogma 95”), que lo impregna todo de un ambiente engañosamente tranquilizador. Para el espectador virgen en materia supondrá una apuesta chocante, pero para los conocedores de su anterior entrega, en ese aspecto, no supone ninguna novedad.

En definitiva, una obra que, sin llegar a la genialidad de su antecesora, sí que resulta interesante a modo de reflexión obligada a la hora de plantearnos nuestras actuaciones morales y condiciones democráticas. La claridad de Trier es aplastante al respecto, y su discurso moral intachable. Todo eso, junto con su ironía pasada totalmente de rosca (atentos a los créditos finales con “Young Americans” como fondo… vaya mala uva que se gasta el muy cabrón), logran esbozarnos una sonrisa, amén de profundizar en nuestro foro humano, social y político más interno.

Podríamos decir, por tanto, que a su favor posee el tratamiento de un tema tan controvertido de una forma bastante inteligente, sin resultar pedante, ágil, reflexiva y lúcida. Nos obliga realmente a aprender. Y, pese a su duración, sin ser tan extensa como la de “Dogville”, se digiere con suma facilidad. Y un dato muy interesante. No trata el racismo como tal, ni por diferencia de raza, color o similares, sino que se abre más a las condiciones humanas de la democracia y su límite de alcance y credibilidad. Es algo que realmente se agradece con lo que nos viene últimamente.

Sin embargo, también se le puede achacar una cierta y evidente parcialidad que estropea un poco la austeridad de su mensaje, y una apariencia centrada y cerrada únicamente en la crítica a EEUU que hace que no podamos universalizar tanto como “Dogville” su intención. Y, por supuesto, su puesta en escena y su estética es poco original y rompedora, ya que lo hemos visto ya con anterioridad, pero, siendo uno realista, no resulta casi relevante, ya que los personajes están lo suficientemente perfilados como para que nos olvidemos del resto. De hecho, ésta era la idea “ahorradora de atrezzo” del director danés.

A lo mejor a muchos les resulta insoportablemente pretenciosa. Qué se le va a hacer. Es lo mínimo que podemos esperar de un tipo como Trier… a lo mejor el director más pretencioso y ególatra del momento. Pero sus resultados logran que nos olvidemos y podamos perdonárselo (casi) todo.

Un auténtico manotazo a lo que algunos países denominan democracia. Todo un ejemplo de ironía, lucidez e imágenes que superan el sarcasmo dentro de una temática muy controvertida y, por tanto, para muchos será motivo, por ello, de rechazo y malestar. Hay que reconocer que el bueno de Lars se ha pasado en determinados momentos.

Por si acaso, y para no agobiarnos con tanto tratamiento político que ha inundado últimamente el cine, Lars Von Trier ha decidido retrasar el rodaje de “Wasington” (sin “h”), la última entrega de la trilogía. Y creo que ha sido una idea acertada.
publicado por Iñigo el 3 abril, 2006

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