Xmen3
La tercera parte de X-Men se resume a los prolegómenos de una batalla. Las fuerzas del mal, encabezadas por Magneto quieren destruir un fármaco, llamado “La cura”, que convierte a un mutante en un hombre normal. Las fuerzas del bien, encabezadas por Xavier quieren evitarlo porque el fármaco sólo se administra libremente a quien lo pide. Tienen razón quienes dicen que ésta es la más superficial de las tres películas. Es la más superficial, pero no lo suficiente.En la primera parte, Magneto era mucho más impositivo porque quería convertir en mutante a toda la humanidad. En la tercera sigue siendo intransigente, no respeta la libertad de los que eligen no ser mutantes. La razón está con Xavier. Pero no tan nítidamente. Ocurre igual que en una huelga ¿tienen derecho unos cuantos a sabotear la labor de todos? ¿Tienen derecho los huelguistas a hacer piquetes? El tema es espinoso, por eso los mutantes cambian tanto de bando. Las vacilaciones, las idas y venidas de los mutantes componen una larga digresión sobre la libertad individual y el deber colectivo. Son el preámbulo de una confrontación donde se concentra toda la emoción de la película. Los dos ejércitos se han definido por fin: ¿cuáles son sus bazas? La segunda pregunta: ¿quién ganará? guarda siempre menos sorpresas.
Alguien debería escribir uno de esos libros de cine llenos de fotos con un catálogo de todos los monumentos que ha destruido el cine para mayor gloria del patrimonio cultural de los Estados Unidos. En España sólo podríamos exhibir a Alex de la Iglesia que satanizó medio Madrid para esa maravilla macarra que tituló “El día de la bestia”. X-Men 3 destroza nada menos que el Golden Gate en un prodigio de ingeniería mutante que ya quisieran firmar muchos arquitectos humanos.