Cars
La perfección es imposible, que diría aquel. Pero Pixar se acerca cada vez más; eso sí, en lo que ‘mamá’ Disney le deja. Cars, lo último en animación para la gran pantalla, es un alarde de diseño y meticulosidad, una creación más de los genios de la casa que, sin embargo, adolece de poca imaginación en el mensaje, algo de lo que hay que lamentarse tras un pasado lleno de inteligentes maravillas del dibujo. No obstante, el triunfo está asegurado, sobre todo entre el público infantil y los amantes de las carreras.Rayo McQueen, el bólido protagonista, corre el peligro de convertirse en un engreído campeón sólo preocupado por los triunfos y los ‘flashes’. Su mayor sueño es ganar la Copa Pistón de California, un título en poder de los grandes que haría de él una joven estrella del automovilismo. Pero al ir camino de la competición, se extravía y va a recalar en un pequeño pueblo situado en la legendaria Ruta 66. Allí conocerá a sus futuros amigos y comprenderá que la vida no sólo consiste en ganar…
Todo muy previsible pero posiblemente necesario dadas las características del producto. Humanizar a un coche no es tarea fácil, y para compensar la falta de expresividad, que sin embargo está muy conseguida, se tira del siempre dispuesto recurso sentimental. Hace falta una moraleja asequible pero sin pasarse y, desde luego, un final bonito. La tradición no va a cambiar a estas alturas, pero por lo menos es de agradecer que se hayan evitado por todos los medios algunos ‘topicazos’ irreversibles.
Aprovechando incluso el tirón de la Fórmula 1, figuras como Michael Schumacher o Fernando Alonso (metido con calzador en la versión española), se dejan ‘ver’ en una ronda ‘cameos’ que incluyen alguna que otra sorpresa. Algo de todo eso chirría, así como la pretendida historia de amor, cuya única función en el guión es hacer tiempo, y la grúa ‘mejor amigo’ de McQueen. Lo de que el ‘bueno de verdad’ de la historia sea feo y tonto no aporta nada (¿qué tal, alguna vez, ser amigo de ‘los malos’?).
A pesar del renqueante desarrollo y de un exceso de localismo que corre el riesgo de ser ignorado por cierta parte del respetable, los de Lasseter no defraudan en cuanto a guiños y dobles lecturas se refiere. Y, por supuesto, su ingenio logra sin esfuerzo reconducir en varias secuencias la repentina dulcificación del momento, incluida la canción central del indispensable Randy Newman, Our Town, interpretada por esta cronista como una burla descarada hacia las baladas tipo Pocahontas. Todo es posible.
Pero lo que de verdad emociona es ver a las máquinas en acción. Es un verdadero placer apreciar el juego de texturas, colores, reflejos y precisión de los que Cars hace alarde con una superioridad impactante. Los movimientos de una cámara que no existe hacen el resto. Así pues, gocen con la velocidad y no se pierdan, como ya tienen que saber, los títulos de crédito. Ni tampoco el corto del principio, El hombre orquesta, una delicia que casi vale más que dos horas de proyección. Cuestión de minutos.