Brokeback mountain
¿Cómo ir a “Brokeback mountain” libre de prejuicios, con todo lo que ha llovido desde que la última película de Ang Lee, antes incluso, se presentara (y triunfara) en el Festival de Venecia?Que si los vaqueros gays, que si el western homosexual, que si los cowboys afectuosos, que si el Queer West, etc. Antes de pasar por taquilla, la verdad, yo estaba predispuesto a favor de esta película. Primero porque el western es mi género cinematográfico favorito (junto a la serie noir, eso sí) y, segundo, porque en un mundo repleto de rudos maromos que se pasan la vida en mitad de las montañas, solos o en compañías de vacas y ovejas, es razonable pensar el que los afectos y las querencias se acentúen, se confirmen y se consumen al calor de la hoguera, tras tomar una taza de café humeante bajo un cielo limpio y estrellado.
Los comentaristas más agudos e ingeniosos se han estado preguntando todas estas semanas sobre qué habría dicho John Wayne ante el primer western gay de la historia del cine. Pero, bien pensado, ¿qué les faltaba a las relaciones entre el gran Wayne y, por ejemplo, Robert Mitchum y James Caan en “El Dorado” para ser consideradas gay? Excepto la consumación carnal, más bien poco.
Pero vamos a dejarnos de cuestiones psicosexuales y empecemos a hablar de cine. Y, la verdad, cinematográficamente hablando, “Brokeback mountain” dista mucho de ser una gran película, aunque sea políticamente incorrecto decirlo.
Comienza bien. Presentación de personajes y caracteres, planteamiento de la situación, hermosas imágenes, una fotografía espectacular, unos paisajes de ensueño, la aparición del deseo, la consumación… Bien. No es que los actores sean un prodigio de naturalidad precisamente, pero la película se deja ver.
Tras la vuelta a la civilización, la cosa sigue progresando adecuadamente. Una sociedad intolerante y represora, las dudas, la cobardía a aceptar con la cabeza y los actos lo que mandan el corazón y las gónadas, el matrimonio como vía de escape y normalización, etc. Sin embargo, a partir de ese punto, Ang Lee comienza a dar tantas vueltas al mismo asunto que el espectador termina mareado y un tanto aburrido.
Como pasa en tantas películas de estos últimos diez a quince años, a “Brokeback mountain” le sobra metraje. En noventa minutos, la clásica hora y media, la película podría haber quedado redonda. Planteamiento, nudo y desenlace, máxime cuando el material narrativo original del que parte el guión es un relato corto y no un novelón de ochocientas páginas. Pero no. Ang Lee ha decido recrearse en la (mala) suerte de los protagonistas y no termina de rematar la historia, que va enroscando sobre sí misma hasta la aburrición.
Por tanto, “Brokeback mountain” provoca más cansancio que escándalo en el espectador. La primera hora de metraje, notable, va decayendo hasta quedarse en un suficiente bastante raspado. Las loables buenas intenciones de sus autores, su discurso comprometido, necesario y admirable en pro de una normalización y pública aceptación de las relaciones homosexuales, por desgracia, no está respaldado por el poderío de una película sólida y solvente. Los críticos y miembros de la Academia de Hollywood, eso sí, parecen estar dispuestos a seguir tocando la moral de su impresentable Presidente, premiando la historia de los vaqueros gay, pero ésta no se acerca, ni de lejos, a la hondura y majestuosidad de la justamente oscarizada “M$B” del pasado año.
La verdad, habiéndose estrenado un prodigio como “Crash” (precisamente dirigida por el guionista de la película de Clint Eastwood), la lluvia de premios de “Brokeback Mountain” me parece excesiva e injustificada. Esperemos que el tiempo ponga a cada uno en su lugar.