CRAZY
Por cómo evoluciona el cine y se agotan sucesivamente ideas, tramas o historias, en los tiempos que nos atañen no hace más que repetirse la constante de que lo importante no es lo que estás contando, sino cómo lo estás contando. “C.R.A.Z.Y.”, pese a ser consciente de que se acerca demasiado peligrosamente a la repetición de fórmulas ya previamente establecidas, sale muy airosa de lo que puede verse como un ejemplo de lo anteriormente citado.Jean-Marc Vallée no se corta a la hora de narrarnos las etapas de crecimiento de un joven muy al estilo de lo que lo hiciera su fallecido compañero Lauzon en “Léolo”. El director canadiense (para más inri), lo cierto es que logra un resultado ciertamente interesante, influenciado por una notable aureola psicodélica, casi extravagante y marcadamente hippie.
Aquí, la represión y la negación de la realidad de uno mismo, evoluciona a medida que lo hace la moda y música más puramente sesentera/setentera: pantalones acampanados, ropa difícilmente etiquetable a la sexualidad de quien la porta, ceremonias religiosas al ritmo de los Rolling Stones, fumadas y “colocones” antológicos presididos por Pink Floyd y su psicodelia, discusiones familiares y, sobre todo, dudas personales, íntimas e intransferibles.
Nuestro narrador particular de la familia se trata de Zac, un joven típicamente problemático, con sus dudas y sus necesidades. A nadie se le escapa que el resto de la “alocada” descendencia (ya sabréis a su debido momento por qué eso de entrecomillar la palabra) también posee sus problemas. Pero nuestro apoyo más cercano es lógicamente Zac, el que nos cuenta lo que sucede a lo largo de su vida en su entorno familiar.
En un círculo paternal tan puramente conservador y religioso, nuestro peculiar vástago, se perfila como el clásico bicho incomprendido. Desde muy niño, las dudas respecto a su orientación sexual no hacen más que traerle por la calle de la amargura, y aún sin estar seguro de nada, se niega a sí mismo su condición, decide reprimirse para recuperar a su padre.
Así, Zac crece, en diferentes épocas, a diferentes ritmos (bellísimo el momento “Space Oddity”) y con diferentes caballos pisándole los talones: la drogadicción de su hermano, el conocimiento de su cuerpo, la búsqueda de una sexualidad desconocida (tanto masculina como femenina), la fuerte religiosidad familiar que le conduce al mismísimo Jerusalén (momento crucial en el que el director se adentra en terrenos tan místicos como pantanosos), y la desesperación por una estabilidad que no llega.
Es, ni más ni menos, que la historia de un crecimiento, de toda una aventura en constante evolución y con constantes baches. Nos habla de las clásicas discusiones familiares que hacen que nos encontremos a nosotros mismos, con nuestras frustraciones y nuestros errores. Es la vida, la familia, la música con la que hemos evolucionado, las dudas con las que hemos convivido… y los momentos que nunca dejaremos atrás. Los nuevos caminos se suceden una y otra vez… y esos caminos, creamos o no en ellos, son inescrutables.
Es cierto que lo básico y, en ocasiones, lo previsible o lo extremadamente risible/absurdo, salpican a la obra haciendo que se torne un tanto excesiva en cuanto a metraje, y logre despertarnos algún que otro bostezo. En ese aspecto, es un film que adolece excesivamente los cambios de ritmo, uno se termina dando cuenta que peca de irregular y que, en ocasiones, se sale un poco de contexto. La mezcla de niño con ingenio (véanse los sueños que transportan a nuestro personaje a un mundo onírico que, inevitablemente, nos recuerda a “Léolo”) y la evolución por etapas al más puro estilo “Casi Famosos” (básicamente por el entorno en el que se nos sumerge), hacen que lo que, a priori, se trataba de algo original, no lo sea realmente tanto.
Pero con todo ello, no se puede negar que es una película interesante, tratada con mucho acierto, con una musicalidad y una aureola que no se te van de la retina en mucho tiempo, con escenas plausibles, un humor de lo más fino y una sinceridad que invita a la reflexión y la nostalgia en muchos aspectos. Todo detallado y dosificado por un reparto desconocido, pero que raya a un nivel perfecto de credibilidad.
Y lo más importante: pese a puntos aparentemente débiles como la trillada narrativa conflictiva familiar en un determinado entorno/época y con una determinada creencia/cultura (desventaja de la que, sin duda, el director es conocedor) o un ritmo irregular que asciende tan fácilmente como desciende en lo respectivo a la atención del espectador, “C.R.A.Z.Y.” es un film que acapara la atención del espectador.
Sencillamente, aprovecha sus errores para convertir lo poco original en original e interesante, en un drama ingenioso con fuerte carga simbólica y grandes dosis de “magia”, con un halo especial y la sensación de que, pese a estar viendo algo no del todo nuevo, resulta innovador y fresco.
Por mucho que lo intentes, “C.R.A.Z.Y.” no se borrará de tu memoria en un tiempo, pues, a fin de cuentas, pertenece a nuestra propia historia. Como Léolo intentando escapar de su inevitable “degeneración”. Claro que, no comparemos la una con la otra, ya que como rezan por ahí: las comparaciones son odiosas.