Una llama en mi corazón
El amor, como la soledad, como el miedo, posee su caligrafía íntima, no revelada. En Una llama en mi corazón, uno asiste a la sacralización absoluta del impudor, de la pornografía metódica del alma fugada de su tino. Tanner, el director francés, el provocador de este espectáculo deprimente del corazón humano, nunca se ha caracterizado por una filmografía coherente. Suele caer en el trance de enamorarse de sus musas ( Mezyeres es la última, pero hubo otras ) y gusta, como buen francés culto, vestir de rizos intelectuales la calva evidencia de su cine romo.Una llama en mi corazón es puro formalismo pseudocultural: es un larguísimo tic dramático, una espiral de emociones que, en caída libre, pugnan por evitar esparcir en la acera las vísceras reventadas. Parece un reality show malo que un director con oficio, pero sin genio, ha convertido en un película para beneficio de su ego. Encima, la dama protagonista no es ni actriz: no ejerce de actriz, se limita a dejarse llevar, a imponer unos gestos sin fundamento dramático, a exponer en pantalla un cuerpo quebrado por el dolor. Quizá el cuerpo sea la actriz y nos estemos topando, de improviso, con un nuevo lenguaje cinematográfico. No lo sé: yo he terminado noqueado en el visionado de la cinta.
Su blanco y negro quemado, que no es del todo desagradable, puede ya provocar una evidencia de por donde van los tiros en esta trama de mundos perdidos y de pozos con fondos previsibles. No hay (creo) en este tipo de películas término medio. O nos adherimos a ella con pasión y engolosinamiento de amante o las repudiamos con saña y advertimos de su ineficacia como vehículos de entretenimiento. Porque no es Cine. Es un engaño que pretende autojustificarse con la moda de un cine europeo moderno, con ribetes de culto, que tan sólo hurga en lo podrido y saca del espectador, entre la modorra y el asco, hastío.
Es pues ésta una joyita para paladear cuando el cansancio que produce el cine americano nos abochorne el gusto y queramos, en la medianoche, sensaciones fuertes para irnos a la cama con el estómago bien levantado. Ah, el amable lector se preguntará a qué viene ( siendo tan mala ) mi dedicación, los minutos que le ofrendado al verla y al escribir después sobre ella.
Es que yo vi, hace años, Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000. Y me gustó. Eran tiempos de universidad y tenía entonces uno el ojo cómplice y la inocencia a espuertas. Cualquier noche de éstas la repone la 2. Con subtítulos.