A caballo entre la comedia blanda y el drama sensiblero, la cinta es tan predecible como poco incisiva en el planteamiento de sus conflictos.

★★☆☆☆ Mediocre

El diablo viste de Prada

La presencia de Meryl Streep en el reparto o su original cartel me llevaron a desechar la idea de que ésta sería una tópica película sobre asuntos tan repetidos como la dicotomía entre vida personal y profesional. Pero me equivoqué. El Diablo viste de Prada cuenta una historia vista ya cientos de veces en el cine y lo hace con la falta de originalidad propia de este tipo de películas. A caballo entre la comedia blanda y el drama sensiblero, la cinta es tan predecible como poco incisiva en el planteamiento de sus conflictos. Anne Hathaway encarna el papel de la inexperta y guapa chica que aterriza en una entrevista de trabajo para optar al puesto de secretaria de la redactora-jefe de la revista de moda de referencia, Runaway.

En el surrealista mundo de esta publicación, donde el despelleje al compañero es el pan de cada día de quienes trabajan allí, Miranda Priestly (Meryl Streep) dirige Runaway como si fuera el cómitre que azota a los remeros de una galera. Y sus empleados le rinden un vasallaje propio del medievo. En un mundo tan particular, la exigencia laboral comienza desde primeras horas del día, cuando los empleados de la revista se esfuerzan por vestir a la moda y aderezarse con los complementos más exclusivos. Tras presentar este particular mundo, la trama de la cinta sigue un desarrollo de lo más predecible. La chica aterrizada inverorsímilmente en el universo Runaway es una buena hija, una buena amiga y una buena novia. Dice no sentirse parte de toda esta ‘troupe’, pero el reto de superar las exigencias de su esclavitud laboral le irán seduciendo por ese “lado oscuro” a media que se vuelve más eficaz y resolutiva.

De manera que el conflicto está servido: cuanto más se implica en su absorbente trabajo a tiempo completo, sus principios y vida personal más se van a pique. Deberá elegir entre lo bueno, su vida personal, o lo nocivo, el superficial mundo de egos del que parece haber sido abducida. Maniquea y estereotipada, la película no profundiza en ninguno de los asuntos puestos sobre el tapete y el perfil de sus personajes es tan prototípico que ni merece la pena valorar el trabajo de un reparto, simplemente, eficaz. La Streep hace de mala malísimia jefa, pero, como la peli es muy blandita y tan bienintencionada como todas las de su clase, en su moraleja la medio rescatan de la aureola diabólica que la había envuelto durante todo el metraje. Y la bella Hathaway, de cuyo bagaje sólo se puede subrayar su trabajo en Brokeback Mountain, aprenderá la leccioncita de vida de rigor. Y tiene su lógica que la cinta sea tan flojita y se relama tanto en el mundillo del ‘glamour’, pues su director, David Frankel, se ha curtido en la dirección de episodios de series como Sexo en Nueva York o El Séquito.
publicado por Matías Cobo el 7 octubre, 2006

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