La película de Guillermo del Toro es un prodigio absoluto, un encantamiento de ciento doce minutos, una subida al cielo de los cuentos de las hadas y una bajada al infierno del alma humana.

★★★★★ Excelente

El laberinto del fauno

Ofelia tiene una tiza que abre puertas en las paredes de un casa rural que sirve de cuartel a un destacamento nacional. Afuera, en el bosque, están los maquis y un laberinto con un fauno y hadas. Hay un capitán de falangistas que, en realidad, es un demonio, aunque se afeita con delectación y mimo, se limpia con exquisita pulcritud sus botas de mando y escucha en un desvencijado tocadiscos copla. La mamá de Ofelia está embarazada de su segundo esposo, el capitán. El hijo que viene la tiene enferma. Una planta de mandrágora bañada en leche que Ofelia coloca debajo de su cama puede curarla. Ese remedio se lo confiesa el fauno a la niña a cambio de que se centre en su verdadero cometido: superar tres pruebas.

En la prueba uno, hay un sapo. En la dos, un hombre pálido con ojos en las manos. En la tres, un laberinto. La película de Guillermo del Toro es un prodigio absoluto, un encantamiento de ciento doce minutos, una subida al cielo de los cuentos de las hadas y una bajada al infierno del alma humana, contaminada por la barbarie de la guerra, pero la fantasía de Ofelia, su mundo de insectos encantados y de portales que obsequian la felicidad de otro mundo, se imbrica con el real y lo solapa de forma que lo que sucede en uno acaba modificando los acontecimientos del otro. Del Toro lleva con maestría estos dos tonos, el adulto y el infantil, y no se aprecia fractura en la fluidez narrativa de ambos.

Los actores están en estado de gracia. No hemos visto trabajar así a Maribel Verdú. Tampoco a Sergi López. Ariadna Gil, en su más breve papel, borda su madre atormentada por el bienestar y el sacrificio.Alex Angulo, el médico. Y no podemos no mentar a Ivana Baquero, la niña que iba para princesa y queda en hijastra de capitán fascita: hace una interpretación portentosa. Cuenta Guillermo del Toro que tuvo que revisionarla setenta veces (!) y que lloró en las mismas escenas en cada pase. Habré sido de los últimos españolitos que han pisado una sala de cine para verla, pero seré también de los espero que muchos que antes de que la retiren pase otra vez por taquilla y deje muy gustosamente los euros de rigor para volver a sentir las mismas emociones, el mismo dolor, la misma sensación de incontenida felicidad. Imítenme, por favor.
publicado por Emilio Calvo de Mora el 27 octubre, 2006

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