Infiltrados
Martin Scorsese siempre ha sido un gran cineasta técnico y sus aportaciones al cine contemporáneo no suelen dejar indiferente a nadie, aun habiendo realizado obras tan plúmbeas y fallidas como “Malas calles” y “El aviador”. En lo particular, reconozco que no suelen interesarme demasiado sus historias sobre mafias y mafiosos, pero no se puede negar su contundencia narrativa.Para empezar, “Infiltrados”, a nivel técnico, posee uno de los acabados más impecables que se puedan ver en el cine de hoy, maravilla de montaje, de ritmo, un sobrio sentido estético en el encuadre y en lo fotográfico, en la forma de enfocar los rostros, las escenas de acción, los personajes que mueren y los que disparan, la alternancia entre los que estan en primer plano y los que estan en un segundo plano, la perfecta estructura coral que se va desarrollando a la perfección, precisamente gracias a ese montaje que conexiona los distintos hechos de un conjunto visual y argumental bastante arrollador.
Porque, así es, “Infiltrados” no solo triunfa en la forma, también en el fondo, y eso es lo que la diferencia de productos como “Hijos de los hombres”. Ya era hora.
Los personajes estan dotados de una punzante dimensión humana, superando el difícil reto de ir más allá de los clichés, a la vez que muestran ambigüedad moral o bien una absoluta falta de escrúpulos, casi una encerrona entre la voluntad de ser y lo que la realidad de la corrupción termina por revelar: un caos en el que a nadie se le garantiza la estabilidad en un mundo no regido por unas leyes y un sentido de la justicia, sino por intereses y anhelos de poder y dominancia puramente machista, en el que la mentira es una sutil arma mortífera. El impulso de dominancia masculino está presente a todos los niveles, tanto en el vocabulario de los personajes como en el significado inherente al relato, su desarrollo y su devastadora conclusión: el que da el último balazo es el que ya desde el inicio pretendía sentar cátedra a fuerza de prepotencia y lenguaje soez.
En principio, el tema central del argumento consiste en la lucha entre las mafias y las fuerzas policiales, pero la mirada de Scorsese sobre ese universo de lucha entre grupos es mucho más ambigua, dura y compleja, construyendo un universo con unas leyes propias, al margen de lo dictado por la ley y el sentido común: no existe una línea divisoria entre las mafias y las fuerzas que supuestamente defienden la ley: al final, los actos de unos y otros son los mismos, todo es una misma espiral de violencia e intereses, tal y como queda demostrado en el punto de encuentro final entre los dos topos, magníficamente interpretados por Leo Dicaprio (¿ todavía quedan dudas, dejando aparte su eterno rostro aniñado, en lo referente a sus notables recursos dramáticos?) y Matt Damon. La rata que se pasea por la barandilla del balcón, en el último plano, viene a confirmarnos el feroz mensaje que nos deja en el paladar, el regusto amargo de un mundo regido por “ratas“, independientemente de si el disfraz que llevan corresponde a uno u otra lado.