Probablemente esta sea una de las películas menos personales de Bigas Luna, más declarademente comerciales, y por eso será que es, hasta ahora, la que más me ha gustado de este autor.

★★★☆☆ Buena

Yo soy la juani

Tras un buena temporada retirado del mundo del cien, Bigas Luna regresa con Yo soy la Juani, lo que podríamos llamar un “retrato generacional” de los chavales de extrarradio (y si entrecomillo es porque las cosas son muy relativas). Juani es una chica atrevida, decidida y deslenguada que vive en un barrio de los suburbios de algún punto de España junto a su panda y a su novio Jonah. Juani curra de cajera mientras espera la oportunidad de ser actriz, a pesar de que el posesivo Jonah no quiere dejarla ir a Madrid a hacer un casting. Entre medias, se entretienen con el tunning y la ruta del bacalao (o lo que Bigas Luna parece entender por ello). La repentina ruptura con Jonah llevará a Juani a rebelarse e intentar conseguir si sueño en la capital, donde descubrirá que no todo es tan fácil como esperaba.

Si algo sorprende de esta película es que tiene dos partes tan claramente diferenciadas que parecen dos universos completamente distintos. La primera es la que se basa en los jóvenes del suburbio y su “cultura”: tunnig, carreras, bakalao, hip-hop, grafittis, tatuajes, lentejuelas… Un batiburillo tan explotado hoy en día que no parece aportar nada nuevo. Parece como si los productores hubieran visto The Fast and The Furious y hubieran dicho: “¿Porque no hacemos una versión castiza, que les guste a los jóvenes?”. Sin ánimos de ponerme clasista, sólo hay una clase de jóvenes que se pueden sentir identificados con lo que muestra la película. Se les suele reconocer en el cine: entran tarde y por parejitas, se sientan al fondo y se dedican durante toda la película a hacer comentarios estúpidos en voz alta y a encararse con quien intenta hacerles callar. Si Bigas Luna pretende llenar las salas de estos muchachos, que se atenga a perder al resto de espectadores. Aún así, no puedo asegurar que nuestros Jonathans y Jessicas queden del todo satisfechos, pues la acción no es gran cosa (hay una surrealista carrera de novias con sus novios esposados al capó del coche, pero las imágenes reales se sustituyen por la de un videojuego) y la música no destaca (el hip-hop es decente pero Luna se empeña en resucitar el bacalao de Chimo Bayo cada vez que puede, auténtico fetiche suyo desde Jamón, Jamón). Eso si, hay sexo y gente “guapa” (aunque qué mal le sientan los primeros planos a Dani Martín…)

La segunda parte de la película, en la que la Juani y su amiga la Vane llegan a Madrid, cambia de tono completamente. Tras darse un atracón consumista al estilo pretty woman, Juani se pone manos a la obra para intentar cumplir su sueño. Y aquí viene la sorpresa: la película no es el cuento de hadas macarra que parecía desde un principio. Tras el subidón de adrenalina llega el realismo: la Juani lo tiene difícil. Conoce la cola del paro, los trabajos basura, le piden inglés, conoce a los directores pretenciosos, al publicista chuleador, el futbolista putero. Y es en este momento en el que se nos revela la verdadera Juani, despojada ya de toda su agresividad bravucona y vulgar: en su determinación para llegar hasta el final pero también en sus principios y en su dignidad, en que no está dispuesta a cualquier cosa y en que, al contrario que la Vane que sólo soñaba con ponerse tetas y sacarle partido, es algo mejor que el mundo que le rodea, es alguién por la que se puede sentir ternura y simpatía.

Verónica Échegui es todo un descubrimiento. Tiene una belleza particular que recuerda, oportunísticamente, a Natalie Portman. Sin embargo, como varios otros personajes de la película, sufre el síndrome Al salir de clase: y es que parece que los guionistas se han metido con una grabadora en una discoteca y luego lo han remezclado todo para que intente sonar juvenil y con desparpajo. Así que cuando le toca soltar perlas como: “Tú a mi no me comes la cabeza, tú a mi me comes el coño”, suena todo lo impostado que se puede imaginar. Sólo es en la segunda parte, despojada de la artificialidad que le exige la primera Juani, que resulta realmente conmovedora. Dani Martín cumple sorprendentemente bien como el capullo de Jonah, un auténtico niño grande bobalicón. Es cierto que su físico no acompaña (su aire suplicante le da el aspecto de un perrito apaleado) pero bien podría convertirse en un icono de la juventud de barrio, como Juan José Ballesta, si es que de verdad necesitamos más. El resto de actores ni destacan ni tienen ocasión de hacerlo.

Probablemente esta sea una de las películas menos personales de Bigas Luna, más declarademente comerciales, y por eso será que es, hasta ahora, la que más me ha gustado de este autor. Sin embargo, diré para concluir que la telepromoción que hace esta película es verderamente vergonzosa. No sólo de la propia película (la Juani sueña en sus delirios epilépticos con la página web de la película. Literal) sino de todo tipo de marcas e incluso de unos grandes almacenes madrileños que son prácticamente el marco de la película. Atención al bote de colonia que usa el Jonah: se trata del caso de “product placement” más escandaloso que haya visto en el cine, no porque sea descarado sino por el lugar en el que el “product”, en un arrebato erótico, es “placed”. A la Juani no le hace mucha gracia. Al que escribe, tampoco.
publicado por Hartigan el 6 noviembre, 2006

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