Borat
A los americanos les encantan los paletos. El cine americano está lleno de paletos. ET, por ejemplo es un paleto del espacio. Elliot y su hermana se lo pasan pipa enseñándole el rollo americano. También se lo enseñan a Terminator, a Cocodrilo Dundee, a Johnny 5, a miles de robots, marcianos, extranjeros, elfos, clones, seres caídos de un nido. No hay nada que a un espectador americano le guste más que ver a un ignorante aprendiendo las costumbres de América.La versión espanola del paleto es la del granuja. El cine español, sobre todo el de los 60, prefiere al pícaro. Es la misma historia, pero contada desde otro punto de vista. La cuenta el paleto y se la cuenta a otros paletos. Leblanc, Landa, fingían ser tontos para desplumar al extranjero rico. Viajando a otros países he descubierto que tienen la misma mitología que nosotros en los 60. En Cuba, muchas películas de ahora se ríen de los turistas ingenuos, de nosotros, que ahora somos como los yankis.
Borat es una mezcla de los dos puntos de vista. Borat hace una gira por América invitándonos a reírnos de su ignorancia, de su inferioridad en el mundo desarrollado: no distingue una taza de váter de un lavavo, se masturba por la calle y hace sus necesidades en los jardines. Los ricos pueden reírse aquí. Pero por otro lado es un falso ingenuo. Sabemos que está tomando el pelo a cada uno de los americanos que entrevista, sabemos que no es el tonto que finge ser: a un senador americano le ofrece un trozo de queso y luego le explica que está hecho con leche de su esposa, en una cena de sociedad pregunta si puede traer una amiga e invita a una prostituta ordinaria. Los que viven en países pobres pueden reírse aquí.
Puede que la película haya dado la campanada, pero no debería tomarse como una novedad. Los paletos atiborran las pantallas desde que el cine es cine, y éste no es el más agudo. Ha ahorrado fondos de producción utilizando sólo a gente de la calle y tampoco ha despilfarrado neuronas rellenando metros de película con escenas de humor grueso, o buscando el escándalo en lo vulgar igual que nuestro paleto doméstico, Santiago Segura.
La mezcla de realidad y ficción (los entrevistados no saben que la cámara que les enfoca es una patochada estúpida), se parece a la de los entrevistadores de “Caiga quien caiga”. Si esta película quería ser algo más que basura tendría que haber entrado en el juego que tan bien maneja este programa de televisión de entablar complicidades con los entrevistados, en vez de maltratarlos burdamente. Borat sólo tiene complicidad con el público, del que, parece, va camino de conseguir una pingüe taquilla.