Es de agradecer la ambición de originalidad que rebosa toda el trabajo del malagueño, pero tanto afán poético convierte el conjunto en un envoltorio de lujo demasiado frío.

★★☆☆☆ Mediocre

El camino de los ingleses

Aplaudo los riesgos en las puestas en escena, a los directores capaces de echar mano del lirismo visual para respaldar sus historias y, así, escaparse de las convenciones de la, casi siempre efectiva, narrativa clásica. Pero entiendo que acudir a encuadres rebuscados, a ralentizaciones de imágenes o al rodaje de secuencias oníricas debe estar justificado y debe engarzarse en el conjunto del filme con suavidad. Al Antonio Banderas director le gusta asumir riesgos como demuestra en esta cinta en la que usa fórmulas narrativas diametralmente opuestas a las vistas en sus trabajos como intérprete. Se le notan las tablas de un alumno aventajado que ha aprendido en la mejor escuela posible, la del cine americano, pero quizá le falte el necesario comedimiento para equilibrar forma y contenido. A El camino de los ingleses, una cinta que narra una historia convencional desde un punto vista nada convencional, le lastran unos excesos visuales que quizá, de haber estado más contenidos o de haber sustentado una historia de mayor calado, habrían completado una película redonda. Pero, lamentablemente, el resultado del segundo trabajo como realizador del malagueño se ha quedado a medio camino.

El camino de los ingleses es un retrato introspectivo de unos jóvenes cuyas vidas atraviesan por el trance que media juventud y madurez, una etapa de elecciones, pero, sobre todo, de renuncias empujadas por el gélido choque con la realidad. Al protagonista, Miguelito, le cambiará su visión de la vida un hombre culto que conocerá en el hospital durante su comparecencia posterior a una operación de riñón. Este hombre a las puertas de la muerte le mostrará a Miguelito el camino hacia un mundo interior al que le dan acceso lectura y poesía. A su salida de la clínica se reencontrará con su mundo, con su trabajo en una ferretería y con sus amigos de una barriada malagueña de finales de los 70. Pero en la relación con ellos algo ha cambiado. Está decidido a ser poeta y se lo repetirá a cuantos vea mientras pasea su inseparable ejemplar de La divinia comedia de Dante. Su pandilla de amigos también pasa por dudas existenciales de dispar calibre, pero comparten con Miguelito el afán de éste por sentir la vida con la intensidad centelleante de la juventud que aún atesoran. Es decir, que frente una realidad que les repite machaconamente lo poco que son y lo poco que llegarán a ser, ellos se agarran como a un clavo ardiendo a sus sueños.

La elección de un reparto de actores jóvenes y poco conocidos es también una decisión arriesga que, en este caso, sí ha sabido aprovechar Banderas por la implicación que denotan todos ellos en cada secuencia. Alberto Amarilla, de conocido pasado televisivo, y un gran Raúl Arévalo, ya descubierto en la notable AzulOscuroCasiNegro, encarnan los principales papeles masculinos, mientras que la debutante María Ruiz y Marta Nieto asumen el peso del reparto femenino. Además, secundarios de lujo como Victoria Abril o Juan Diego completan un trabajo actoral que, en general, raya a gran altura. De igual modo sucede con la partitura compuesta por Antonio Meliveo o con la preciosista fotografía firmada por Xavi Giménez. Ambos elementos, junto al montaje de la cinta, los estéticos encuadres de algunos planos o la reiterada inclusión de secuencias oníricas, convierten la cinta en una personal apuesta que Banderas quizá no haya sabido contener lo suficiente. Como decía al principio, es de agradecer la ambición de originalidad que rebosa toda el trabajo del malagueño, pero tanto afán poético convierte el conjunto en un envoltorio de lujo demasiado frío.
Lo mejor: La perfección técnica de algunos planos denotan que Banderas ha aprendido mucho de los mejores realizadores norteamericanos
Lo peor: Tanto afán poético convierte el conjunto en un envoltorio de lujo demasiado frío.
publicado por Matías Cobo el 7 diciembre, 2006

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