Mumble Happy Feet, empieza siendo el patito feo. En un mundo de pingüinos cantores, él no sabe cantar, sabe mover sus pies. ¿Aprenderá a cantar y será un pingüino más o demostrará la valía de su arte individual? Vale, acepto que el desenlace estaba c
Esopo, La Fontaine, Iriarte, a los tres les gustaba hacer hablar a los animalitos para emocionar a los humanos, generalmente a costa de moralejas. Las moralejas están pasadas de moda, esos rabos secos, cenizas de cigarrillo, como las llama Juan Ramón, ya no gustan. Los bichos de los dibujos animados nos entusiasman con sus peripecias más que con sus lecciones.
Mumble Happy Feet, empieza siendo el patito feo. En un mundo de pingüinos cantores, él no sabe cantar, sabe mover sus pies. ¿Aprenderá a cantar y será un pingüino más o demostrará la valía de su arte individual? Vale, acepto que el desenlace estaba cantado. Pero la película ofrece muchas más cosas. “Happy Feet” no sólo es digna de verse porque supere el rollo de la moraleja. Es interesante por el trasfondo social.
Hay un conflicto entre los pinguinos cantores y otra raza más pequeña que está doblada por cubanos. Y el conflicto está narrado en forma músical. Los pinguinos cantores hacen baladas, mientras los pequeños traen mambo y ritmos latinos. Así que los líderes de la tribu se escandalizan y defenestran a los elementos corruptores de la manada. Aquí se inicia el peregrinaje del héroe, un esquema narrativo que no ha dejado de funcionar desde la Odisea.
La lectura del final es la más moderna, habla del poder de la comunicación para cambiar sociedades y transformar el mundo.
Son muchas cosas para una hora y media, y a un módico precio. Lo único que nos pide la película es que olvidemos lo que son todos esos bailes y canciones: son el resultado de una tradición, que empieza por Fred Astaire pasa por los Beach Boys los Blues y Michael Jackson y llega a Ricky Martin. No son voces que salen de dentro de cada pingüino y con las cuales expresa su interior.