Muchas inspiraciones y variados apuntes merece y destila el visionado de esta impecable película de Sam Peckinpah, una impresionante construcción de un conflicto social de ideas y formas, de principios frente a los instintos y de lo que nos lleva a d

★★★★★ Excelente

Perros de paja

“Straw dogs”, balazo a las convicciones de la conciencia ilustrada y a siglos de esfuerzo “humanizador” (¿Porqué excluimos a la violencia de nuestro bagaje psicológico y biológico como especie si ésta siempre ha conformado nuestra humanidad?), terremoto narrativo en pos de unas consecuencias punzantes en soberbio desarrollo de una específica atmósfera de odio indeterminado, deshumanización en un bucle de encuentros desafortunados y auspiciados por un clima de tensa ambiguedad. Como cuando presientes al lobo oculto en las sombras y basta con esperar a que el cúmulo de acontecimientos estalle en una verdad terrible. Pesadilla urbana, historia de un héroe insospechado, radiografía de la violencia…

Muchas inspiraciones y variados apuntes merece y destila el visionado de esta impecable película de Sam Peckinpah, una impresionante construcción de un conflicto social de ideas y formas, de principios frente a los instintos y de lo que nos lleva a desprendernos de toda convención.

La idea parte de algo así como un western en un marco urbano, perfilando un film coral en el que se dan cita distintos personajes-modelo: el americano y su esposa residentes en un hogar apartado, la banda de maleantes, el jefe de la mafia, el representante de la ley, la víctima y el verdugo inocente. Resulta asombroso comprobar como, incluso fundamentando la tipología de personajes en clichés muy manidos, logra superar y agrandar esa dimensión hasta un espectro de gestos, pensamientos y emociones humanas de enorme amplitud. El personaje central, el enclenque americano interpretado por Dustin Hoffman, firme defensor de la ley y la racionalidad, esta dotado de una enorme complejidad, complejidad construida con un ambigüo parecer, una indeterminación en el enfrentamiento contra las adversidades que progresivamente desemboca en una metamorfosis casi espeluznante, generada por una acumulación de hechos violentos que obligan a una improvisada reestructuración de los esquemas mentales. Lo espeluznante del asunto es el camino recorrido desde la contención y frialdad inicial (corrección en las formas actitudinales y evitación de conflictos) hasta un climax final de auténtica locura (valor y destrucción, dando rienda suelta a los impulsos).

Lo significativo a este respecto es que la estructura y la construcción de la historia son tan milimétricamente precisas que da la impresión de inevitabilidad predestinada desde lo que en el inicio ya era una situación potencialmente destructiva (cuya conclusión queda esbozada en un presentimiento tras la muerte de un gato y la primera toma de armas para ir de caza, representación de una violencia disimulada pero latente), y aquí se refuerza la complejidad del personaje central, pues resulta difícil determinar hasta qué punto sus actos responden a un mero impulso según unas circunstancias excepcionales o bien son el fruto de lo reprimido y en última instancia liberado con una malévola sonrisa de satisfacción.

En una película como esta, la violencia no es solo ingrediente básico de la acción, es también un sustento formal; el montaje usado para ensamblar la secuencia de los primeros fotogramas sirve ya de aviso de cara a lo que se avecina en el último tramo. Y el mismo montaje ya es, de partida, declaradamente violento (una tumba, el cementerio, niños que juegan en el cementerio, un perro rodeado de niños, miradas tensas y furtivas, sexo insinuado, etc) . En el tramo final, ese montaje frenético de rostros, sangre, muecas grotescas, armas, transmite lo que ya de inicio estaba latente y que de igual forma se manifiesta en un corpus de imágenes, planos rápidos, rostros, miradas de dureza e incertidumbre. El solapamiento que se produce entre el montaje de los primeros instantes de la cinta (en el que se insinúa un potencial desarrollo acerca de las posteriores escaramuzas sexuales y violentas ) y el montaje en su tramo final es lo que confiere el significado de la misma; lo que primero se esboza en potencia, culmina en hecho. La contención es la que inspira vida y dinamismo al despliegue llevado a cabo entre parte y parte.


El elenco secundario, lejos de quedarse en un mero “relleno” , gracias a un magistral ejercicio de construcción de personajes, se extiende hasta una humanidad punzante y real como la vida misma; véase la escena de la violación, mezcla -dichosa redundancia – de violación sexual y verdadero acto amoroso, en la que el mismo varón instigador del acto, por unos instantes, siente compasión y aprecio por y ante la situación de angustia sufrida por su compañera, pidiéndole que no le obligue a hacer uso de la brutalidad, la cual terminará por ceder y plegarse a una relación que va mucho más allá de un forzado acto sexual. Y no digamos ya la dudosa malignidad de un cabezilla borrachín motivado por la desaparición de su hija.

No hay tópicos, sino una humanidad que abarca toda la radiografía de actos truculentos. Aquí, ni los malos son tan malos, ni los buenos son tan buenos, y por ello nos encontramos ante un filme soberbio en la realización, ritmo y montaje, en la creación de una atmósfera (enrarecida) de inquietud sostenida de principio a fin, y, además de todo eso (que ya es bastante), un fondo de enorme complejidad, abierto a muchas lecturas e interpretaciones en lo referente a la ley, el orden, la defensa de los oprimidos, el tomarse la justicia por su mano, el debate en torno a un posible uso legítimo (?) de la violencia.

No es una película que intente justificar la violencia. Tampoco pretende denunciarla. Como ya se ha apuntado, la película va mucho más allá clavando su mirada en una exhaustiva y escrupulosa exposición de hechos (con una minuciosa cadena de causas y efectos de una lógica bastante contundente, sin negar que siempre puede discutirse si la transformación final del personaje central es creible o demasiado forzada), apuntando a muchas direcciones pero sin manipular el punto de vista del espectador a favor de ninguna en concreto.

¿Qué significa esa sonrisa final y la despreocupación por el camino desconocido?. La mirada de Peckinpah es de una crudeza atonal: las cosas, sencillamente, son como suceden. Allá cada cual con su conciencia. Y sin perder de vista que es el sentido de responsabilidad consciente del protagonista ante el peligro de apaleamiento de su accidentado huésped lo que le mueve a usar la violencia para protegerlo, en nombre de la razón y tras el asesinato del único representante de la ley. ¿O eso solo es una excusa?. Devastadora.


Para terminar, una reflexión de parte de un cinéfilo desesperado: “Perros de paja” es cine comercial, a pesar de su madurez intelectual y lo ambigüo de su significado último. Nos narra una historia que en sus líneas más superficiales puede ser entendida por todo tipo de público y que mantiene el suspense sin altibajos. Y ahí quería yo ir a parar; es un perfecto ejemplo de cine comercial de gran calidad artística, algo muy difícil de encontrar en la cartelera actual. Y desde aquí pido y exijo al dios del cine que castigue a los instigadores del actual conformismo y mecanización banal que guian el proceso de creación y producción del cine de hoy, carente de valores intelectuales o artísticos. Se cuentan historias interesantes, pero no van mas allá del tópico. “Perros de paja” esta construida con estereotipos, pero manejados con soltura y multidimensionalidad. ¿Es tan difícil?. En nuestros días, cuando uno va al cine, tiene la impresión de que siempre le estan contando la misma historia con los mismos clichés. Y yo ya estoy harto.
publicado por José A. Peig el 10 diciembre, 2006

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