Doctor X
Uno de los primeros filmes terroríficos en technicolor (sino el primero) que se reportó extraviado y desarrolló una reputación de “obra maestra perdida” durante años. Reicén cuando apareció una copia en blanco y negro se pudo valorizar mejor la película, que ciertamente fue la que instauró el status de “Reina del Grito” de Fay Wray (en cuya primer escena ingresa en la biblioteca de su padre, el Doctor Xavier y pega flor de grito sin motivo, solo porque “se asustó”). En 1973, cuando apareció una copia en colores, se comprobó que la copia conocida (en blanco y negro) fue filmada aparte de la copia en color (la que fue destinada en su momento a circuitos mayores).La policía está desconcertada debido a un nuevo crimen del “Asesino de la Luna Llena”, y el Dr. Xavier (Lionel Atwill, uno de los grandes “tapados” del terror clásico) es llamado a realizar la autopsia. El inspector a cargo (el usualmente efectivo Robert Warwick) le explica al galeno que sospecha que un miembro de su academia de investigación médica es responsable de los crímenes, así que Xavier solicita 48 horas para llevar a cabo su propia investigación, para así evitar una publicidad negativa que podría perjudicar su buen nombre. En medio de esto tenemos a un ocurrente periodista (Lee Tracy) que trata de conseguir información fresca para su periódico. Xavier toma la decisión de marchar a su mansión de Blackstone Shoals, en Long Island, con su hija, sus criados y los cuatro doctores sospechosos, uno manco supuestamente libre de toda sospecha (Preston Foster); otro germánico y dado a la poesía (Arthur Edmund Carewe); un tercero con posibles antecedentes de canibalismo (John Wray); y uno lisiado (Harry Beresford). Ahí prepara una serie de experimentos que revelarán la identidad del asesino (a los que también se somete el propio Xavier).
Anunciada en momento de su estreno como una “película que proporcionará sustos y risas”, los sustos están bien fundamentados en los climas que el director Michael Curtiz consigue a través del uso del color bicromático, especialmente durante el experimento del Dr. Xavier y la aparición final del “Monstruo”. Las risas, que supuestamente tendrían que ser suministradas por las ocurrencias del periodista y su interludio romántico con la bella hija del doctor, no son tan efectivas, tal vez por la forzada química entre ambos personajes, aunque ciertamente Tracy no está nada mal en sus gesticulaciones. Sin contar la insistente aparición en cámara del periodista, la película tiene su sutil perfil de humor negro, aportado esencialmente por Atwill y sus doctores (uno más delirante que el otro). El verdadero lastre no es el humor sino el hecho que la historia está mal contada, con grietas de lógica y falta de sincronismo entre los personajes. En la siguiente película de terror de Curtiz, Mistery of the Wax Museum (1933), el rol cómico de Tracy fue para Glenda Farrell, cuya pícara periodista al menos gozó de mejores diálogos.
Nota: La presente reseña es sobre la copia en colores.