Banderas de nuestros padres
Una hazaña lo de Clint Eastwood. 76 años y aún dando mucha guerra con “Banderas de nuestros padres”, un ejemplo de su sabiduría, buen gusto y clasicismo a la hora de filmar. Brindándonos espectáculo y cine de autor a la vez.Como nunca habíamos visto antes en sus películas, combina las secuencias más intimistas con la acción a lo grande. Necesario para mostrar el doble conflicto, o los dos frentes abiertos durante II Guerra Mundial: uno en primera linea de combate, con millares de jóvenes muriendo; y el otro en las propias ciudades y pueblos de la nación, sitiados y resistiendo contra el enemigo (caso, por ejemplo, de Francia), o alejados del disparo de bombas y ametralladoras (caso de los EE.UU.), pero con la imperiosa necesidad de recaudar las inmensas cantidades de dinero con las que costear todo el material de guerra.
El film se abre con la escena de un soldado sólo, desorientado y atemorizado en medio de un desértico terreno de batalla, oyendo los gritos de auxilio y los estruendos del combate.
Sin héroes ni villanos.
El episodio se corresponde con la pesadilla de un hombre mayor que aún se despierta de golpe con las pesadillas del pasado, aislado y desamparado por los traumas de semejante experiencia.
Las primeras imágenes y diálogos constatan la que será la mirada del cineasta. Poco después, una voz ‘en off ‘ concreta esta visión: “Hay muchos imbéciles que creen saber lo que es la guerra, sobre todo aquellos que no han estado en una. Les gusta las cosas bien claritas: buenos y malos, héroes y villanos. De eso también hay, pero la mayoría de las veces no son los que nosotros creemos”.
Se nos muestra la heroicidad de las fuerzas norteamericanas durante la invasión de la isla de Iwo Jima en 1944, isla volcánica y punto estratégico. Y a unos villanos a los que hay que derrotar, por supuesto, por el bien de la humanidad: los japoneses. Espléndidas son las imágenes de los cañones y fusibles nipones surgiendo casi de la nada, de entre los fortines y túneles, como si fueran un enemigo fantasmagórico, una amenaza que acecha a los protagonistas en unas escenas dignas del género fantástico.
Pero en realidad no hay héroes ni villanos. Los combatientes yanquis reconocen que, por mucho que se hable de patriotismo, libertad y otras cosas, su lucha es por supervivencia o compañerismo. Tampoco hay villanos, pues los japonenes son vistos con un cierto respeto. Para completar esta visión pronto tendremos “Cartas desde Iwo Jima”, lo mismo pero desde la perspectiva japonesa, y la de los perdedores.
En forma.
Luego está el otro frente, el de políticos y militares enfrascados en la misión de vender millones de bonos de guerra con los que financiarse. Aquí interviene todo el circo mediático y político ensalzando ante la opinión pública a tres de los seis supervivientes que levantaron una bandera norteamericana en el monte Suribachi.
La necesidad de iconos y héroes convirtió a tres jóvenes en ídolos. Pero también eran héroes que dudaban de su condición, que creían traicionar a los auténticos héroes, usurpándoles honores a sus compañeros muertos en el campo de batalla. Y héroes con fecha de caducidad, que muy poco después pasarían a ser unos don nadie. Y nisiquiera los artífices de manipular y vender su imagen podrían ser considerados como villanos. Recaudar muchísimos dólares cada día era imprescindible. El equipaje, el armamento o el combustible, no aparece de la nada.
Eastwood logra en gran medida reunir y transmitir los temas y matices propuestos, con una extraordinaria fotografía, de colores apagados, encuadres de una plasticidad pictórica y un diseño de producción que nos mete de lleno en la época y el momento.
También nos hace tomar distancia, y buscar la reflexión, con una estructura del relato que avanza y retrocede en los hechos, que incluso no nos permite identificar cómodamente a otros secundarios, héroes y mártires anónimos, lanzados a un destino fatuo, y sólo recordados por los sollozos de sus madres.
Puede que el apartado de interpretaciones sea más anodino que el deseable, o que su ritmo y brillantez sea irregular, sobre todo en su tramo final, pero Eastwood sigue (muy) en forma.