Alatriste
Si cuando hablábamos de “El código Da Vinci” nos parecía que supeditar el filme al libro -y, por tanto, no diferenciar y no entender que cine y literatura utilizan distintos recursos estilísticos- era el peor de los errores y, en consecuencia, el resultado daba un ripio, aquí tenemos un intento de meter cinco libros en un todo fílmico de ciento cuarenta minutos… y hacer época en la historia del cine español. Una castaña, vamos, lo tiene todo para serlo. Pero, ¿qué es Alatriste?. Porque yo, sinceramente, no percibo ninguna claridad de ideas en ése sentido por parte de sus perpetradores.Si quieres hacer una gran película es indispensable tener muy clara la idea, el concepto y el estilo. Y “Alatriste” se queda a medio camino de varias cosas, sin llegar a crear la esencia y el significado absolutos en ninguna de ellas. ¿Es una película de aventuras?. Algo de eso quiere ser, pero desarrollar el clima y el tono propios de la aventura (el entretenimiento sin altibajos, el espectáculo, la odisea del héroe que se sitúa en el epicentro de todas las tramas y vericuetos que lo envuelven) es incompatible con ese ritmo tan lento, con arengas que no vienen a cuento y entorpecen la acción (probablemente en el libro original de Pérez Reverte hacían su papel, pero aquí son un lastre) y, sobretodo, con la ausencia de una estructura eficaz que desarrolle y explique vínculos emocionales, motivos, causas y efectos de los hechos, acciones o pensamientos de los distintos personajes y en las distintas situaciones que se nos presentan, demasiado a menudo, sin que sepamos porqué o sin que el espectador tenga un motivo para interesarse por la fortuna o los infortunios de unos y otros. Es decir, la narración es bastante deslavazada, aunque quizá no tanto como parece, caso de que clasifiquemos el filme bajo otro concepto distinto al de “cine de aventuras”.
“Alatriste” también puede entenderse como mosaico de una época o un caprichoso documental de historia-ficción en la que el personaje principal sirve de hilo para el argumento y como excusa para desarrollar una rica escenografía y toda la variedad de perfiles desprovistos de esencia propia que van apareciendo en la pantalla con el único fin de darle juego. En definitiva, la película funciona un poquito mejor si la considero un “mosaico de época”, no tanto si es una película de aventuras. (En cambio, Los duelistas, tiene algo de las dos cosas y lo resuelve bastante mejor, por cierto). Pero aún así, insisto, la película de Díaz Yanes no convence porque en ningún momento llega a encontrarse a sí misma, narra historias y narra la historia de un villano-héroe, pero le falla la idea fundamental que defina claramente todo el desarrollo y el sentido humano de aventura (próximamente hablaremos de “El capitán Blood”, para explicar con más detalle lo que quiero decir con esto).
Si a la ausencia de un contenido debidamente articulado en el desarrollo le sumamos el tedio producido por el ritmo lento, por innecesarios planos largos, escenas que pasan con lentitud pero que no aportan nada a la narración, y el pésimo uso de la elipsis (yo creía que la elipsis era un método para ahorrarse partes prescindibles que el espectador puede presuponer, no para romper la estructura y la fluidez narrativa), podríamos llegar a una conclusión: es una muy mala película. No obstante, se salva de la quema por un brillante uso de los recursos técnicos y una loable discreción del director: digamos que la cámara de Yanes no arriesga ni un centímetro más allá de lo convencional, pero mantiene la dignidad en casi todo el metraje, dirige bien las escenas de batallas ( y con esto lo único que estoy diciendo es que no lo hace peor que Peter Jackson, por ejemplo, lo cual tampoco tiene mucho mérito, dicho sea de paso) y sabe crear una cierta atmósfera con una adecuada puesta en escena. La fotografía, la dirección artística, los vestuarios, la acertada banda sonora, los esporádicos momentos de tensión emocional, etc, terminan por devolverle la dignidad a una película que siendo bastante floja, insustancial y vacua, no llega a ser tan desastrosa, según se ha escrito en las últimas semanas.
De lo que no me cabe duda es que “Alatriste” terminará siendo un producto intrascendente en el ámbito español y , más aún, en el internacional; un producto meramente anecdótico, interesante como representación de “nuestro siglo de oro” y para verla en familia admirando las dignas representaciones de ilustres personalidades históricas como Quevedo, el conde duque de Olivares o el Rey Felipe. Pero para eso creo yo que hubiera sido mejor hacer una serie de televisión de treinta capítulos…