Para que sus figuras no le destrocen el museo tiene que investigar sobre ellas: tiene que aprender historia, paleontología, ciencias naturales. La cultura se convierte, con esta fórmula, en un kit de supervivencia.

★★★☆☆ Buena

Noche en el museo

Películas como “Noche en el museo”, o “Parque Jurásico” y libros como “El Código Da Vinci” quieren acercar el mundo de los gustos masivos y el de la cultura. Hacen algo parecido a la mamá que añade nata al yogur que no se quiere comer el niño. El peligro está en que el niño se quede con la nata y deje el yogur. Muchos se irán del cine sin acordarse de Atila, los romanos o el antiguo Oeste, y recordarán que el Tiranosaurio movía la cola como un caniche. Lo cual, por otro lado es un acierto increíble.

Quien haya visto el trailer de “Noche en el Museo” sabe ya toda la película. Ben Stiller trabaja de guardia nocturno y descubre que todo el museo vuelve a la vida cuando se hace de noche, miniaturas de cowboys, miniaturas de romanos, La figura de cera de Theodor Roosvelt, el esqueleto del Tiranosaurio, la estatua de la Isla de Java, una selva africana, guardianes de la momia de un faraón, Atila y cuatro de sus hunos. ¿Qué es lo que explica para nuestras mentes racionales semejante maravilla? A parte, claro está, de las ganas que a todos nos devoran de que algo extraño ocurra cuando nos vemos obligados a ir a un museo y nos morimos de aburrimiento. La película no ofrece la explicación hasta muy avanzado el metraje, parece confiar en que el espectáculo puede sostenerse mucho rato sin explicaciones, y tiene razón.

El espíritu bienpensante de la película consiste en convencernos de que los museos son valiosos, y que la cultura sirve para algo, en contra de toda la evidencia que ofrece la televisión en la dirección contraria. El juego que propone para demostrarlo es ingenioso. Ben Stiller tiene que mantener en orden el museo si no quiere que lo despidan. Para que sus figuras no le destrocen la planta tiene que investigar sobre ellas: tiene que aprender historia, paleontología, ciencias naturales. La cultura se convierte, con esta fórmula, en un kit de supervivencia. Se convierte en algo terriblemente concreto, una especie de tanda de preguntas y respuestas, más parecidas a un concurso de televisión que a un libro de verdad. Pero la idea funciona.

El protagonista tiene, incluso un arco dramático, una evolución. Con tantos accesorios, no me extraña que haya sido un taquillazo. Ben Stiller es un fracasado que no consigue un trabajo fijo y su hijo le pregunta por qué no puede ser como los demás. La peripecia supone, para él, demostrar que sí es especial. Los secundarios, reales o figuras, menudean llenos de quejas y problemas. Y el segundo acierto de construcción es el modo en que la trama tiene respuesta para todos. No deja ni uno sólo olvidado.

Quizá la película no sea un buen argumento para demostrar lo útiles que son los museos. A mi me reafirma en que son un tostón, porque todo lo que ocurre sólo ocurre en las películas. Pero lo que sí consigue una instantánea de la sensación que produce un alboroto, y la tranquilidad a la que se llega después de negociar con todo el mundo. Después de conectar.
publicado por Jose Contreras el 27 enero, 2007

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